martes, 2 de junio de 2009

El fenomeno milanesa

EL FENOMENO MILANESA.

Antiguamente, no hace de eso tanto, los chicos volvían con sus zapatillas de lona y goma gastadas y rotas a sus casas esperando el reto tierno y cariñoso de sus madres, instándolos a que usen esas viejas y demacradas y no el ultimo par que con tanto esfuerzo le habían comprado para que el nene fuese al colegio. Sin embargo, los chicos no tienen el gen de resistir ningún impulso cuando en el patio del colegio, en el verde de una plaza, o en la callecita que a las dos de la tarde no transita ningún auto, se pone a rodar una pelota. Antiguamente, se volvía a casa con un par de moretones amistosos en las tibias, nada grave, heridas de rosees casuales con amigos, se volvía con las zapatillas gastadas de tanto patear y patear, correr y correr por el cemento caliente, la tierra con raíces sin cortar, o del patio de cerámica gastada y sin encerar del colegio.
Pero en los últimos años, se ha desarrollado un fenómeno curioso, digno de estudiar. Las camisas fueron reemplazadas eventualmente por camisetas de algodón, y estas últimas le dieron lugar a la tecnología de las telas evaporadoras de sudor, auto drenantes, anti transpirantes, y que casi respiran solas. Las zapatillas de lona aun se resisten a desaparecer de la escena del fútbol amateur pero lentamente fueron reemplazadas por zapatillas más ornamentadas y por botines para dichos fines. Hoy por hoy el que no usa el último modelo de la propaganda del once con los tapones enanos no merece siquiera pisar un pan y queso laboral. Las cosas fueron cambiando drásticamente, el fútbol ya no es el mismo que antes oigo que dice mi abuelo por ahí, quizás lo noto ahora que a mi edad me pongo melancólico de todo, quizás sea porque el otro día mi hice milanesa.
Se preguntaran porque me paso eso. Y ese es uno de los nuevo fenómenos del amateurismo ilustrado actual. Hoy por hoy como antes la voluntad de unirse en un picado es el requisito fundamental, tener que ponerse en los pies y la camiseta no nos hace mejores pero nos distingue del gordo o del lungo o del rubio los primeros tres minutos y cinco pases del partido, hasta que nuestra memoria fija en su mecanismo el movimiento de la carrera, el timbre de la voz, y el estereotipo de tronco o habilidoso que nos indaga fervientemente por el balón. Hoy en día el amateurismo ya no es gratis como hace un tiempo, uno no va mas a la plaza, y en la calle no se puede encontrar lugar apto para la practica del deporte, diversos motivos lo hacen imposible, empezando por la cantidad de autos que hoy por hoy transitan nuestras calles, siguiendo por lo poco que nos gusta estar en la calle por la inseguridad actual y terminando por la inseguridad que nos da que se nos trabe una rodilla y quedemos en ridículo no solo ante nuestros rivales y compañeros sino ante los vecinos y transeúntes que auspicien de publico. Retomando la idea del amateurismo pago, hoy por hoy nació la figura del recolector impositivo en el fútbol. No es que haya impuestos que abonar por ser habilidoso o ser abiertamente un tronco destinado a morirse sin tener el placer de conectar de aire una hermosa volea y sentir el pie impactando de lleno con la pelota que sale disparada a velocidades fulminantes. Hoy por hoy el recolector se encargara de juntar peso por peso el dinero que hace falta para pagar el alquiler de la canchita, y negociar con el empleado si sobra plata de hoy, la reserva de la cancha para la semana que viene. El recolector no siempre auspicia de organizador, pero en el campo matemático siempre hace cuentas para que el organizador se pueda quedar tranquilo de la convocatoria o empiece a pensar en quien citar para la próxima vez.
Actualmente, y retomando mi teoría, la superficie del terreno no es la misma, quizás esto ayude a que la vida útil de nuestro calzado se prolongue un poco mas allá de nuestra expectativa. Hoy por hoy las canchitas de parque o de pista se han ido extinguiendo como tantas otras cosas. Esto ha dado lugar a tremendos debates a cerca de que es mejor y en cual de las superficies se puede desarrollar una mayor denostacion de nuestra habilidad. Pero en el fondo sea donde sea que juguemos vamos a dejar todo en esa hora de felicidad para la cual nos han convocado. Transpiraremos la camiseta, y si nos da mucho calor, nos la sacaremos como cuando éramos chicos y exhibiremos nuestras abominables abdominales al mundo felices. Todos felices hasta que en una pelota dividida, en la cual por nuestro peso comparado al del chiquito de quince años que trajo el cuñado de uno de los muchachos, iremos blanditos y confiados, nos topemos con una técnica mortal y feroz, y terminemos ensayando una mortal en el aire, una vuelta carnero y terminar boca abajo a medio metro del circulo central de la canchita de alfombra recubierta una y mil veces con arena, equipados con nuestros botines naranjas fosforescentes como los del delantero esbelto que mete goles en el Manchester de Inglaterra, para darnos cuentas de que gracias a nuestro propio sudor sumado a dicha arena de la cancha en una hermosa y gigantesca milanesa caminante. Como dice mi abuelo, eso antes no pasaba en el fútbol…

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